No es un lema político, ni un slogan turístico. Después del incendio que ha azotado la isla durante cinco largos días, al desastre ecológico, agrícola, … se suma, también, el social, ya que muchas familias aún no pueden volver a sus hogares, y los que lo han hecho, se han encontrado con el horror. Pero aún con todas esas calamidades es necesario sacar a relucir el espíritu de canariedad y amor por la tierra. Esa sí que es una esperanza de futuro.
El sentimiento de canariedad es indisociable a nuestra vida con la tierra y el paisaje. Un paisaje tan rico y variado como el nuestro, es la seña de identidad de la oferta turística, un sello de calidad de un pueblo organizado. Pocos lugares turísticos dependen tanto del paisaje como nosotros. Gran Canaria tiene una gran variedad de paisajes y diferentes mesoclimas, donde predomina el azul del mar, el ocre de la tierra, el negro de los volcanes y el color de las flores. Todo ello, posiblemente, llevó a Domingo Doreste, Fray Lesco, sobre el año 1933, en su afán por promocionar el turismo en nuestra isla, a publicar algunos libros donde describía a esta isla como un posible “continente en miniatura”. A mi, personalmente, me gusta decir que Gran Canaria tiene un patrimonio indisoluble, un conjunto de valores, un todo que no se puede desunir, un patrimonio que no se puede, ni se debe, separar. Inseparable.
El incendio sufrido demuestra que la vulnerabilidad del ser humano frente a la naturaleza y sus embestidas no tiene límites. La fuerza de la naturaleza se presenta cuando menos lo esperamos y en variadas formas. En algunos documentos, los ecologistas, ya advertimos de que no solo por la cumbre van a entrar las futuras amenazas naturales. Debemos mirar y observar el clima, valorar la impetuosidad de la mar, y no ser tan prepotentes pensando que el ser humano siempre tiene las soluciones. En algunos casos hemos perdido la noción de la fuerza natural, y seguimos construyendo en los cauces de barrancos, en las cercanías del litoral, hasta en las laderas de los volcanes.
En el apartado de quejas, y sin ánimo de hacer leña del árbol caído, sí que me gustaría sacar a relucir dos temas importantes. El primero de ellos tiene que ver con la capacidad del operativo contra incendio que en los últimos años se ha instalando en Canarias. Se ha primado los recursos materiales frente a los humanos. Recuerdo como se apostaba económicamente por los alquileres de helicópteros y poco se destinaba a la mano de obra. En este aspecto hay que decir que los incendios no se apagan desde el aire, y en muchas ocasiones, la prevención sigue siendo la herramienta más útil en la política forestal. Y en esta línea, recuerdo como en los años ’80 muchos ecologistas, de manera voluntaria, salían al monte para realizar lo que llamábamos “guardería forestal” que no era nada más que vigilar las carreteras y pinares. Pero si importante es castigar al pirómano, la sociedad también tiene que deplorar enérgicamente algunas declaraciones de dirigente vecinales y políticos, que en la cumbre han realizado comentarios de apología del fuego. Igual que está penado la apología al terrorismo, ya es hora de que las autoridades y la sociedad comiencen a señalar con el dedo a estas personas que fanfarronean con los pinares públicos. Como hemos visto la dimensión de un incendio forestal, no se queda exclusivamente en la parte verde, pone en peligro a muchas propiedades, a las personas y a su medio de vida.
Finalmente quiero acabar, con otra actitud de la administración. Como siempre y ante cualquier crisis, las personas sobramos. Cuando el fuego se aproximaba a los núcleos urbanos, el desalojo fue el denominador común sin valorar otras posibilidades. Es cierto que hay que velar por la seguridad de las personas, pero no es menos cierto que algunas personas están capacitadas para ayudar en las tareas de cortafuegos, secado de tierras. Se le negó la defensa de sus propiedades. Esta actitud de que todo el mundo sobra y que solo los técnicos del dispositivo son los útiles, también debería cambiar. Es necesario organizar mecanismos para que la población también pueda contribuir en estos casos de emergencia con formación preventiva y simulacros como ocurre en las ciudades.
Ahora, solo cabe esperar que las administraciones tomen buena nota de la sabiduría popular para restablecer el orden ambiental y social en la isla, porque ellos, los campesinos y los habitantes de la reserva de la biosfera saben mejor que nadie cómo preparar la tierra para el futuro. (Remitido)
Álvaro Monzón Santana